Las enfermedades como el
Alzheimer o el Parkinson no solo afectan a la persona que la padece, sino que
la sufre todo su entorno. El enfermo y sus familiares recorren juntos un camino
largo y complicado que implica adaptarse a múltiples cambios a medida que los
síntomas van avanzando.
Se trata de enfermedades que
afectan de forma global a la persona, viéndose alterados aspectos cognitivos,
funcionales, físicos, psicológicos, sociales e incluso laborales.
Es frecuente que la esfera social
de nuestra vida sea la primera “sacrificada” cuando una enfermedad de estas
características aparece en la familia. Se abandonan aficiones, se reducen los
contactos sociales y las actividades de ocio, se ve afectada la actividad
laboral tanto de la persona afectada, cuando aún está en edad de trabajar, como
del familiar que ejerce de cuidador o cuidadora principal, lo que conlleva,
además, una reorganización de la economía familiar.
Todo esto suele derivar en un aislamiento
social que va avanzando a medida que progresa la enfermedad, provocando sentimientos
de tristeza, apatía, fatiga y falta de motivación por aquellas cosas que antes
sí interesaban.
Es fundamental acudir a aquellos
profesionales, trabajadoras y trabajadores sociales, que nos pueden ayudar a
conocer los recursos tanto públicos, como privados que existen en nuestro
entorno para facilitar nuestro día a día, así como los trámites necesarios y
los pasos a seguir para acceder a ellos.
Los grupos de ayuda mutua, las
actividades grupales y las asociaciones para enfermos y familiares, son
espacios donde las personas pueden volver a conectar, creándose redes de apoyo
en un entorno de comprensión y empatía, que genera confianza y seguridad en las
personas que participan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario